lunes, 30 de noviembre de 2009

viernes, 27 de noviembre de 2009

lunes, 23 de noviembre de 2009

MANSA MUSA

Un hijo de Abu Bakary II, Kankan Musa, que reinaría entre 1312 y 1337 y que ha pasado asimismo a la historia como Mansa Musa, se convertirá en la segunda mitad del siglo XV, a decir de los historiadores árabes Ibn Batuta e Ibn Jaldun, en el más importante soberano negro de su tiempo, no sólo por su prudencia y poderío, sino por la fastuosidad de su corte. Su enorme Imperio abarcaba desde el desierto hasta la selva y desde el Atlántico hasta el este del recodo del Níger. Mantenía continua relación con Egipto y, según Ibn Batuta, un tráfico que ocupaba unos 12.000 camellos circulaba anualmente desde Mali a El Cairo y viceversa. En 1331, al subir al trono Abu El Hassan, el nuevo sultán de Marruecos, Kankan Musa, le remitió a Fez ricos presentes a los que correspondió el sultán marroquí con una embajada que a su vez le llevó suntuosos regalos. Tanto la tradición como la historiografía recuerdan la peregrinación de Kankan a La Meca (1324). La expedición estaba integrada por una enorme e interminable caravana, integrada por notables con sus esclavos y prolija impedimenta, a la que se sumaba gran cantidad de oro. El viaje a Arabia se llevó a través de los campamentos de Argelia, donde dejó asentados a varios de los componentes de la caravana. En El Cairo, Kankan se significó por sus adquisiciones, entre las que se contaban numerosos códices jurídicos. Allí pudieron conocerle varios mercaderes venecianos que llevaron su fama a Europa y cuyo relato posiblemente inspiró el célebre mapa del mallorquín Abraham Cresques, en el que se presenta el África occidental con expresa representación de Mali -Malli- y su señor de los negros. En La Meca ofrendó 20.000 zequíes de oro y se hizo legendario por sus pródigas gratificaciones. El oro que llevaron llegó incluso a depreciar el áureo metal. Su prodigalidad llegó al extremo de tener que pedir créditos para regresar.
Con Kankan Musa se crea un puente cultural entre el mundo negro y el mundo árabe, ya que su talante y poderío atrajeron a orillas del Níger a numerosos sabios y letrados blancos que llevaron consigo el saber árabe.
A su corte llegaría el poeta y arquitecto Es-Saheli, renovador de la arquitectura sudanesa que reconstruyó Tombuctú con edificios que recuerdan un tanto a las creaciones mudéjares hispanas. Por otra parte, con Kankan se desarrollaría un gran comercio transahariano que llegó a monopolizar. Precisamente con objeto de regularizar tal comercio, incorporaría Gao a su imperio. Su importancia se subraya sólo con decir que varios antiguos monolitos funerarios encontrados en Gao fueron insculpidos en la España musulmana y llegaron allá a través de las rutas caravaneras.
Mansa Musa era descendiente de un familiar del fundador del imperio, Sundiata Keita, y gobernó cuando Malí era la fuente de casi la mitad del oro del mundo conocido. Musa era un musulmán devoto, y bajo su mando se potenciaron los estudios islámicos. Capaz de leer y escribir árabe, se interesó por la ciudad universitaria de Tombuctú, hasta que la anexionó pacíficamente en 1324. Con Musa como benefactor, la Universidad de Sankore en Tombuctú alcanzó su auge. Los artesanos y los eruditos del mundo islámico acudieron de todos los reinos para recibir educación en los gremios y las madrazas de Sankore.El hecho más conocido de su reinado fue su Hajj a La Meca, que comenzó en 1324 y concluyó en 1326, y durante el cuál entablo relaciones diplomáticas con Túnez y Egipto. Cuando atravesó El Cairo en julio de 1324 iba acompañado por una caravana de miles de hombres y cerca de cien camellos que transportaban tanto oro que la economía norteafricana tardó una década en recuperarse de la inflación que provocó.1El historiador árabe al-Umari registra que Musa era tan generoso que se quedó sin dinero y tuvo que pedir un préstamo para poder costear el viaje de vuelta. El viaje de Musa, y especialmente su oro, llamó la atención de los reinos musulmanes y cristianos.Durante este viaje, conoció y contrató al poeta y arquitecto andalusí Abu Haq Es Saheli, para embellecer algunas de sus ciudades. Construyó la mezquita de Gao, la Mezquita de Djingareyber y diversos palacios en Tombuctú. En Niani, Musa construyó un edificio de audiencias siguiendo el modelo de las que había visto durante su viaje: cubierta con una cúpula, decorada con arabescos y con las ventanas cubiertas de oro y esmaltes, donde recibía en medio de un rígido protocolo. En el momento de su muerte en 1337, Malí añadía el control de Taghazza, un lugar de producción de sal en el norte, que consolidó su Hacienda.2 En 1352 Ibn Battuta3 pasó un mes en la corte real del Mansa. Más tarde describiría una sociedad en la que la práctica del islam estaba integrada con los rituales religiosos locales. Durante su visita a Niani, Battuta escribió: En los días festivos acuden los poetas. Cada uno está dentro de una figura similar a un tordo, hecha de plumas, que cuenta con una cabeza de madera y un pico colorado, para parecer la cabeza de un tordo...

jueves, 19 de noviembre de 2009

miércoles, 18 de noviembre de 2009

miércoles, 11 de noviembre de 2009

martes, 10 de noviembre de 2009

lunes, 9 de noviembre de 2009

martes, 3 de noviembre de 2009

LA LETRA DEL AÑO
Olofin mandó a buscar a los Orishas para la ceremonia de apertura del año y todos asistieron elegantemente vestidos. Orula, que llegó último, fue en ropa de trabajo y con cuatro ñames en la mano, lo que ocasionó burlas y comentarios. La letra que salió decía que iba a faltar la comida, pero como estaban en holganza económica se olvidaron de la advertencia y comenzaron a gastar sin preocupación. Al final, tuvieron que pedirle comida a Orula, que fue el único previsor, ya que sembró los ñames y tuvo comida todo el año.
ORULA LE HACE TRAMPA A OLOFIN
Orula apostó con Olofin a que el maíz tostado paría. Olofin estaba seguro de que ello era imposible, por lo que aceptó la apuesta en el convencimiento de que la ganaría. Pero Orula llamó a Eleguá y a Shangó y se puso de acuerdo con ellos para ganarle la apuesta a Olofin.El día acordado, Orula acudió con un saco de maíz tostado y lo sembró en el terreno escogido por Olofin. Después, ambos se fueron para el palacio de Olofin a esperar el tiempo necesario. Esa noche Shangó hizo tronar en el cielo y ayudado por la luz de los relámpagos, Eleguá cambió todos los granos por otros en perfecto estado.Pasaron los días y una mañana Olofin le dijo a Orula que irían a ver si su dichoso maíz tostado había parido o no. Como ya los granos que Eleguá había puesto comenzaban a germinar, Olofin se quedó muy sorprendido y tuvo que pagarle lo apostado a Orula, el que luego, en secreto, lo compartió con Shangó y Eleguá.

OSHÚN Y ORULA
El rey mandó buscar a Orula, el babalawo más famoso de su comarca, pero el olúo se negó a ir. Así sucedió varias veces, hasta que un día Oshún se ofreció para ir a buscar al adivino. Se apareció de visita en la casa del babalawo, y como de conversación en conversación se le hizo tarde, le pidió que la dejara dormir en su cama aquella noche.
Por la mañana, se despertó muy temprano y puso el ékuele y el iyefá en su pañuelo.
Cuando el babalawo se despertó y tomó el desayuno que le había preparado Oshún, ella le anunció que ya se tenía que marchar. Pero el hombre se había prendado de la hermosa mulata y consintió en acompañarla un trecho del camino.
Caminando y conversando con la seductora mujer, ambos llegaron a un río. Allí el babalawo le dijo que no podía continuar, pues cruzar debía consultar con el ékuele para saber si debía hacerlo o no. Entonces Qshún le enseñó lo que había traído en el pañuelo y el adivino, ya completamente convencido de que debía seguir a la diosa, pudo cruzar el río y llegar hasta el palacio del rey que lo esperaba impacientemente.
El rey, que desde hacía mucho estaba preocupado por las actividades de sus enemigos políticos, quería preguntar si habría guerra o no en su país, y en caso de haberla, quién sería el vencedor y cómo podría identificar a los que le eran leales.

El adivino tiró el ékuele y le dijo al rey que debía ofrendar dos eyelé y oú. Luego de limpiarlo con las palomas, fue a la torre más alta del palacio y regó el algodón en pequeños pedazos; finalmente le dijo que no tendría problemas, porque saldría victorioso de la guerra civil que se avecinaba, pero que debía fijarse en todos sus súbditos, pues aquellos que tenían algodón en la cabeza le eran fieles.De esta manera Obegueño, que así se llamaba el rey, gobernó en aquel país hasta el día de su muerte.

ORULA SOMETE A IKÚ
El pueblo hablaba mal de Orula y le deseaba la muerte, pero Orula, que es adivino, se había visto la suerte en el tablero con sus dieciséis nueces y había decidido que tenía que hacer una ceremonia de rogación con un ñame, y luego, con los pelos de la vianda, untarse la cara. Fue por eso que cuando Ikú vino por primera vez preguntando por Orula, él mismo le dijo que allí no vivía ningún Orula y la Muerte se fue.
Ikú estuvo averiguando por los alrededores y se dio cuenta de que Orula lo había engañado, por lo que regresó con cualquier pretexto, para observarlo de cerca, hasta tener la certeza de que se trataba del sujeto que estaba buscando para llevarse.
Orula, cuando la vio regresar, ni corto ni perezoso, la invitó a comer y le sirvió una gran cena con abundante bebida. Tanto comió y bebió Ikú, que cuando hubo concluido se quedó dormida. Fue la oportunidad que aprovechó Orula para robarle la mandarria con que Ikú mataba a la gente. Al despertar, Ikú notó que le faltaba la mandarria. Al pensar que sin este instrumento ella no era nadie, le imploró a Qrula que se la devolviera.
Después de mucho llorar, Qrula le dijo que se la devolvería si prometía que no mataría a ninguno de sus hijos, a menos que él lo autorizara. Desde entonces la Muerte se cuida mucho de llevarse al que tiene puesto un idé de Orula.

ORULA ESTABA MUY POBRE
Cuentan que en una oportunidad Orula sólo tenía unos centavos en el bolsillo y no le alcanzaba ni para darle de comer a sus hijos. Compró unos ekó que repartió entre los muchachos y salió de la casa comiéndose uno y caminando lentamente, tan lento como su tristeza.
Ya cerca del árbol que había escogido para suicidarse, el sabio tiró al piso las hojas que envolvían el dulce que se había comido. Colgó una soga de las ramas del árbol y entonces oyó que un pájaro le decía:–Orula, mira qué sucedió con las hojas que envolvían el ekó. El hombre volvió el rostro y pudo ver que otro babalawo se estaba comiendo los restos del dulce que permanecían adheridos a la envoltura que él botara al piso.

–Y sin embargo –agregó el pájaro–, no ha pensado quitarse la vida.




IBORÚ, IBOYÁ, IBOCHICHÉ
Olofin había llamado uno a uno a los babalawos para preguntarles dos cosas. Como ninguno le había adivinado lo que él quería, los fue apresando y afirmó que si no eran capaces de adivinar, los iba pasar a todos por las armas.
El último que mandó a llamar fue a Orula, el que enseguida se puso en marcha, sin saber qué estaba sucediendo.
En el camino Orula se encontró con una muchacha que estaba cortando leña y le preguntó cómo se llamaba, a lo que ella le contestó que Iború. La muchacha le dijo a Orula que lo importante era ver parir la cepa de plátano. Orula le regaló una adié y owó.
Más adelante Orula dio con otra muchacha que estaba lavando en el río la que dijo llamarse Iboyá, y le contó que Olofin tenía presa a mucha gente. Orula la obsequió con los mismos regalos que a la anterior.
Por último, Orula encontró en el camino hacia casa de Olofin, a muchacha llamada Ibochiché y ella le contó que Olofin quería casar a su hija. También le dio una adié y owo. Cuando llegó al palacio, Olofin le dijo que lo había llamado para que él le adivinara unas cosas.
–¿Qué tengo en ese cuarto? –preguntó Olofin. –Tienes una mata de plátano que está pariendo –contestó –¿Y qué yo quiero que tú me adivines?
–Que quieres casar a tu hija y por no adivinarte tienes prisioneros a mis hijos.
Olofin sorprendido mandó a soltar a los babalawos presos y gratificó a Orula.
Cuando el sabio se iba, Olofin le dijo: “mogdupué”. Y Orula repuso que desde aquel día él prefería que le dijera: “Iború, Iboyá, Ibochiché.”


MALÉ, EL ARCOIRIS
Orunla tenía una estancia y Malé, que bajaba todas las noches del cielo por una soga, se comía toda la cosecha. Enterado Orunla hizo ebó con una botella de otí, comida de todo tipo y un machete. La llevó a su finca, vino Malé, vio aquello, y comió y bebió hasta que se cansó; reposó un poquito con el propósito de irse enseguida, pero se quedó dormido. Orula aprovechó y cortó la soga con el machete. Cuando Malé despertó, ya era de día; entonces le dirigió súplicas al cielo pidiendo perdón pero ya era tarde. Desde entonces Malé, el arcoiris, está en la Tierra.


OGBEROSO EL CAZADOR
Ogberoso siempre andaba por el monte de cacería, en compañía de un amigo. Como su puntería era mejor cada día, aumentaba la cantidad y calidad de las piezas capturadas. Al amigo se le despertó la envidia.Un día, aprovechando su confianza, le echó unos polvos en la cara, lo dejó ciego y luego lo abandonó en la espesura del monte.
Ogberoso anduvo vagando de un lado para otro, tropezando con las raíces de los árboles y los troncos caídos, rodando por la tierra y el fango, hasta que pudo irse acostumbrando a caminar en la maleza.
Cansado, se sentó bajo un árbol. Como conocía el lenguaje de los pájaros, oyó dos aves que conversaban animadamente sobre las virtudes de ciertas plantas.
Interesado el cazador, ahora ciego, en la charla de los animales escuchó cómo una de ellas hablaba sobre cierta hierba que era buena para la ceguera y otra que curaba las hemorroides. A tientas, entre los altos matorrales del monte, Ogberoso, que era muy conocedor de la naturaleza, pudo identificar la planta que, según los pájaros, era buena para su mal.
Exprimió la planta sobre sus ojos y poco a poco fue recobrando la visión. Luego buscó la que era buena para curar las hemorroides, la puso en su cartera y partió de allí.
Sin saberlo, se había alejado mucho del pueblo en que vivía, por lo que siguió caminando por el primer trillo que encontró.
Al fin, llegó a un pueblo desconocido para él. Allí escuchó que el rey tenía un padecimiento que nadie le había podido curar.
Cuando el cazador supo que el padecimiento del rey era de hemorroides, se presentó en palacio y le dijo que tenía la cura para su enfermedad. El rey quedó muy agradecido y de aquí le vino a Ogberoso su suerte.

GALLO
Gallo era muy presumido y alardeaba demasiado de su potencia sexual. Un día tuvo que salir de su pueblo en busca de trabajo porque todo le iba muy mal, ya que una gran sequía azotaba la zona. Se encontró con Shangó, su viejo amigo, que le preguntó:
–¿Cómo van las cosas por tu pueblo?
–Aquello es magnífico –contestó Gallo–, las mujeres paren hasta cuatro veces al año, los árboles dan unos frutos inmensos, los animales engordan cada día. Hasta corre un río de dinero por las calles.
Shangó, que sabía perfectamente lo que sucedía en el pueblo y había querido poner a prueba la lealtad y sinceridad de su amigo, contestó:
–Eres un gran mentiroso. Te condeno a que nunca más sientas placer con tus mujeres.
Gallo continuó montando a las gallinas, pero como lo habían castigado, no experimentaba ninguna sensación agradable, aunque lo hacía una y otra vez, esperando quizás un perdón que nunca llegó.

OGBESÁ
Ogbesá era un hombre reputado por su rectitud, buen carácter y espíritu de solidaridad con los demás. El rey, que estaba envidioso de su reputación, ideó una manera de avergonzarlo. Fue así que se le ocurrió organizar un torneo en su palacio y conceder tres premios a los ganadores. Como sabía que Ogbesá no tenía caballo, pensó que no podría competir y la gente se olvidaría de sus virtudes con la noticia de los triunfadores.
El día señalado para el torneo, Ogbesá, estaba muy triste, se fue a orillas del mar y allí se puso a comer un pedazo de pan. Como vio unos patos, se le ocurrió arrojarles unas migajas de su pan y entonces llegó Yemayá, quien al verlo tan triste y a la vez tan noble con sus animales preferidos le preguntó qué le pasaba. Ogbesá le contó y la dueña del mar le dio un caballito para que fuera al torneo. Por el camino el caballito fue creciendo.
Ogbesá llegó a tiempo al torneo y de los tres premios obtuvo dos. El rey envidioso, tuvo que reconocer la superioridad de su súbdito y le hizo moforibale.


SHANGÓ CONOCE A SU MADRE
Corriendo una de sus múltiples aventuras, Shangó llegó a un pueblo donde reinaba una mujer. El hechizo que ejerció sobre el dueño del trueno no se hizo esperar, por lo que comenzó a cortejarla de inmediato.
A los pocos días, en un güemilere, el orisha, que no perdía ni pie ni pisada a la hermosa soberana, le insistió para que lo llevara a su palacio.
–Ves ese azul allá lejos –dijo la mujer señalándole para el mar–, es mi casa.
Shangó accedió a acompañarla y ambos caminaron hasta la playa donde la mujer lo invitó a montar en su bote. Comenzó a remar y la embarcación se alejó rápidamente de la orilla.
–Ya no se ve la costa –dijo Shangó algo asustado.
Ella se tiró al agua y una enorme ola viró el bote. Shangó, desesperado, se aferraba a la embarcación mientras profería gritos de terror.
–Te voy a ayudar –dijo la reina al volver a la superficie–, pero tienes que respetar a tu iyá.
–Yo no sabía que usted era mi madre –respondió Shangó–, kofiadenu iyá.
–Obatalá te trajo al mundo pero yo fui quien te crió –dijo Yemayá, la hermosa reina que Shangó no había podido identificar.


LA LLUVIA DE ORO
Aquel año hubo una gran sequía. Un campesino que se encontraba muy triste porque había gastado sus pocos ahorros para dar de comer a sus hijos, se encontró con Shangó.
–No te preocupes, que mañana va a llover –le dijo el orisha del rayo y el trueno–, pero debes procurar por todos los medios no mojarte, que yo te garantizo una suerte grande.
Efectivamente, al despuntar el día siguiente comenzó a llover. El pobre campesino olvidó la advertencia que le había hecho Shangó, se puso tan contento que salió corriendo de su casa y esa fue la causa de su muerte, pues estaban lloviendo monedas de oro.


EL DISFRAZ DE SHANGÓ
Shangó llegó a un pueblo y después de alquilar una casa izó su bandera roja y blanca tan alta como la del rey de aquel lugar.
Al rato llegaron los soldados indagando por el dueño de la casa. Como Shangó era el único que vivía allí y no negó que esa era su bandera, se lo llevaron preso.

Ya en la prisión, se presentó la hija del rey, que se había enamorado de él cuando lo vio en la calle, pues era un hombre muy apuesto.

La muchacha le propuso intercambiar sus ropas para que pudiera huir de la cárcel. Así lo hicieron y Shangó salió primero disfrazado de mujer.

Mas cuando la hija del rey quiso abandonar la prisión, los soldados, no repararon que se trataba de una mujer con las ropas rojas de Shangó y la mataron.



EL ANCIANO ESTAFADOR
Shangó se dirigía en su caballo hacia un pueblo que no había visitado jamás y donde nadie lo conocía. El corcel iba a galope tendido y la capa roja del orisha flotaba dándole al jinete su inconfundible aire de gran señor, de rey de reyes.
Ya adentrado en su itinerario, encontró a un pobre ciego que caminaba con mucha dificultad en dirección al mismo lugar.
–¿Vas al pueblo, arugbo? –la voz tronó en los oídos del anciano.
–Sí, hijo –contestó el ciego.
–Dame tu mano que te subiré a mi caballo –le dijo el rey, cuyo buen corazón se había conmovido al contemplar al desvalido. Shangó montó al hombre en la grupa, así viajaron un largo rato hasta llegar al lugar deseado.
–Aquí te voy a dejar –dijo Shangó mientras lo ayudaba a bajar en la calle principal del pueblo.
–¡Auxilio! –gritó el ciego tan pronto puso un pie en tierra. –¡Auxilio! Me quieren robar mi caballo –repetía a toda voz.
Los habitantes del lugar se arremolinaron alrededor de ambos y la justicia no tardó en llegar.
–Yo recogí a este hombre en el camino y ahora me quiere robar el caballo –explicaba el ciego a los presentes, que ya comenzaban a mirar a Shangó con mala cara.
–¿Tienes algo que decir? –le preguntó uno de los soldados que acababa de llegar.
–Bueno, si él dice que la cabalgadura le pertenece, yo creo que debería saber si es un caballo o una yegua.
–¿Qué tú respondes, anciano? –preguntó otro soldado.

El ciego cogido de sorpresa por la pregunta que le hiciera el orisha y pensando que nadie lo vería, tendió su mano buscando los genitales de la bestia para saber si era hembra o macho. Los presentes se echaron a reír y los soldados le devolvieron el caballo a su dueño, no sin antes regañar con toda severidad al ciego mentiroso.


LA IRA DE SHANGÓ
Osogbo no quiso darle un abó a Shangó para que mejorara su suerte. Shangó, cansado de la desobediencia de este, le lanzó un rayo y le quemó la casa.
La suerte de Osogbo cada día era peor. Vivía por los parques y no tenía qué comer. Un día se encontró con Orula que le dijo: “Ve por casa a verme.”
Orula le hizo un registro con su tablero a Osogbo y le mandó que hiciera rogación con un akukó para Eleguá, cuatro eyelé funfun, y lo que había podido rescatar del incendio.
Osogbo lo hizo todo, y pudo aplacar la ira de Shangó.

lunes, 2 de noviembre de 2009